La inocencia de la vida es la sonrisa
de los corazones acorazados por la existencia. Aquiles
Rattia
Nada puede ser imposible.
Entre el hablar de fondo de
una conversación a distancia, las palabras se elevan como bombas de jabón dentro
de un pequeño espacio en una habitación, prácticamente hermética, compartida
por genios de oficio visual, con la mente dispersa entre el ruido y las ideas que
se van esfumando como nubes en el firmamento, en un mundo reducido a la presión del
tiempo, para crear con el más delicado detalle composiciones gráficas que encajen
entre lo hermoso, lo funcional y lo efectivo para enfrentarse a las
inmensurables emociones y sentimientos fríos y calientes de las personas, naufragando
en las superficies de un universo de críticas y de opiniones
incomprensiblemente exigentes. Es así como he dispuesto desnudar y dejar que la
pureza fértil del papel fecunde estas letras, moldeadas en palabras para
convertirlas en semillas que enraizadas con su esencia, puedan darle vida a
esta concepción de un rememorado tiempo.
Entre humildes comodidades
unas botas ortopédicas marcadas con raspones por las innumerables carreras,
saltos y escaladas, se reflejan las grandes aventuras alcanzadas en un mundo
perfecto, acoplado en la convicción de mi grandeza heroica de conquistar las
pequeñas grandezas de cualquier cima que pudiera representar un reto de explorar.
Las camas, escaparates, rejas y arboles son sólo algunas de ellas. Regaños y
castigos que condecoraban mi experiencia, jerarquizaban un liderato en la inseparable
congregación familiar entre hermano, primos y primas.
Dentro de un humilde lecho, la
más grande y esmerada repostera, de corazón dulce y viscoso como la miel, a
quien llamamos TATA (abuela) se tramaban las grandes batallas y aventuras próximas
a conquistar, desde los más peligrosos y arriesgados retos de juegos, hasta las
más vagas y perezosas posiciones de descanso en las dulces horas de merienda.
Era la dulce y mágica Tata quien hacia con sus honores y regalos sorpresas, servir
a los nueve novicios de mundos diferentes, sus dulces delicias entre las que se
encontraban toda clase de Tortas, Majaretes, Chantilly, Suspiros, Polvorosas, Gelatinas,
Dulces de leche entre otros deleites, que se acompañaban con sus cariñosos y
elocuentes refranes de su grandiosa vivencia en la dura y preciada vida que se ha
andado. Ridículo de bueno era la expresión que cerraba cada una de sus obras. Yo
era el séptimo de esta primera corrida de primos. Todos sentados, repartidos en
el canijo espacio de la sala, sobre los muebles, banquitos y piso de la sala, lograba
consentirnos a todos en una gran reunión de pequeños grandes héroes, recreándonos
con las clásicas series de dibujos animados y programas de televisión que
despertaban nuestras ideas, enriqueciéndolas para así poner en práctica las
impensables consecuencias que nos llevarían a ser condecorados por nuestros
padres.
Policía y ladrón, la ere, el
escondite, quemao, metras, trompo, pise, cero contra por cero, tonga, pelotica e’ goma, pulso, morisquetas, lucha y cualquier cosa en nuestros entornos era
siempre un juego nuevo al que dejábamos a nuestra imaginación construir las nuevas
aventuras. No habían tardes en las que no hubiera nada que no se pudiera hacer.
Aún en los momentos de castigo no podíamos mantenernos separados para
divertirnos.
En cada uno de nuestros
pequeños mundos teníamos presente un régimen al que debíamos respetar. Para mi
hermano y para mi era muy difícil poder escapar de algunas cosas que nos
delatara que estábamos faltando a una de las normas implantadas por el régimen
de Mamá, que le gustaba bañarnos temprano en la tarde lo que nos limitaba a
jugar el resto del día, ya que no debíamos sudar una vez salido del baño. Lo
único que podíamos hacer era apoyarnos entre todos para que no nos
descubrieran. Solo pensar en el castigo o regaño ya nos hacia sudar a mi
hermano y a mi, pero eso no era problema ya que contábamos con el resto de los
primos para que nos soplaran el cuerpo y no fuéramos condecorados con honores
de regaño. No habían problemas que no se pudieran arreglar, todo era posible.
Nuestro día terminaba en el
ocaso, cuando Papá terminaba su jornada de trabajo y pasaba por nosotros; Mi mamá,
mi hermano y yo en casa de la abuela Tata para yacer en en la tierna y cálida morada
de un Garage.